En el Tamaulipas hundido en la guerra sin cuartel, médicos y enfermeras hacen de héroes

03/02/2015 - 6:12 pm

En los últimos días, los ciudadanos de varias ciudades de Tamaulipas han vivido en pánico. Balaceras, bloqueos en carreteras, muertos en las calles y persecuciones son parte del cotidiano en Reynosa, Matamoros, Valle Hermoso y otras comunidades que llevan no días sino años en el terror debido a que la guerra que el Gobierno federal prometió acabar sigue y, a veces, arrecia. Poco sale en la prensa de eso. Poco se dice a nivel local o nacional –a lo ser por lo que reportan los valientes en redes sociales– y poco o nada informan los escuetos comunicados del llamado Grupo de Coordinación Tamaulipas.

Pero aún bajo fuego, los cuerpos médicos de Tamaulipas –muchos de ellos en clínicas privadas y otros en hospitales de gobierno– no se rajan. Sirven por igual a civiles heridos que a jefes del crimen organizado o a sicarios. Y a veces deben ser parte de procesos penales porque al Gobierno –y a los criminales, claro– le importa poco la seguridad de sus familias. Los llevan a declarar como testigos del Ministerio Público. O los lleva la defensa de los mismos sicarios.

Esta es la historia de un grupo de esos valientes que no han bajado la guardia aunque deban ver los ojos de la muerte.

Porque una guerra sigue su curso. Y Tamaulipas, literalmente, se desangra…

En el transcurso de estos ocho años de guerra, nuevos heridos han llegado al Hospital. Foto: Emmanuel Gallardo Cabiedes/RNW.
En el transcurso de estos ocho años de guerra, nuevos heridos han llegado al Hospital. Foto: Emmanuel Gallardo Cabiedes/RNW.

LOS DOCTORES DE LA GUERRA CONTRA EL NARCO

Por Emmanuel Gallardo Cabiedes, especial para SinEmbargo

Ciudad de México, 3 de febrero (SinEmbargo/Radio Nederland).– A principios del 2012, en la sala de urgencias médicas de uno de los hospitales privados más reconocidos de la ciudad fronteriza de Reynosa, en el estado mexicano de Tamaulipas, la enfermera Joanna Quintanilla se topó de frente con dos jóvenes sicarios del Cártel del Golfo quienes buscaban desesperados a un médico. Sin decir más, los hombres tomaron a Joanna de un brazo y junto con el doctor de guardia fueron sacados del hospital y metidos a empujones a dos autos que salieron disparados por calles en sentido contrario.

Dentro del coche, la veterana enfermera rezó para que ningún convoy de la Marina, Ejército o Policía Federal se les cruzara en el camino. La posibilidad de un enfrentamiento aumentaba con la velocidad del vehículo. “A esos muchachos no les asusta el peligro”, dice. Desde el asiento trasero ella pudo ver las cachas negras de sus pistolas fajadas al cinto. Ambos sicarios repetían una y otra vez por los radios que ya llevaban a los médicos del Hospital Privado, que “les dieran chance” de llegar.

Joanna habló con los hombres en una pausa de sus conversaciones cifradas en mil claves. Ellos la calmaron, le dijeron que no se preocupara, que sólo querían que se atendiera al “jefe” que estaba en un hospital cercano, pero que ahí no había personal suficiente para intervenirlo por ser de madrugada. La enfermera les contestó firme que en su profesión “no se hacían distinciones”, pero que por favor no le hicieran daño. Los hombres asintieron de forma respetuosa.

El auto volaba en medio de un tupido aguacero fronterizo y por fin se detuvo a un par de cuadras antes de llegar a la otra clínica. Joanna y los pistoleros descendieron del coche y tuvieron que correr desde ese punto porque el perímetro de protección montado por las “estacas” del Cártel del Golfo, células de seis a siete sicarios a bordo de camionetas que patrullan todo Reynosa, habían bloqueado las calles cercanas al lugar.

En la carrera, la enfermera quedó impresionada ante todos esos hombres perfectamente coordinados; todos con chalecos antibalas y metralletas. Estaban listos en caso de cualquier choque contra las fuerzas federales. Después de todo, desde el 11 de diciembre del 2006, fecha en que el ex Presidente Felipe Calderón Hinojosa declaró su guerra contra el narcotráfico, la región tamaulipeca y su línea colindante con Texas se volvieron territorios disputados a sangre y fuego entre los Zetas y el Cártel del Golfo.

Los pasillos y la sala de espera de aquel hospital estaban plagados de gente con las manos recargadas en sus fusiles. Foto: Emmanuel Gallardo Cabiedes/RNW.
El Juramento Hipocrático y la Promesa Médica son llevados al extremo. Foto: Emmanuel Gallardo Cabiedes/RNW.

Los pasillos y la sala de espera de aquel hospital estaban plagados de gente con las manos recargadas en sus fusiles. Joanna fue llevada de inmediato al cuarto del herido. Ahí vio de nuevo al doctor compañero suyo junto a otros 10 médicos traídos a la fuerza de otras clínicas y farmacias de similares. Ahí también estaban al menos 20 sicarios armados con rifles AR-15 y AK-47, nerviosos, amontonados en torno a su jefe que yacía en una camilla moribundo, desnudo, desangrado.

Joanna Quintanilla, “La Jefa”, como le dicen en el Hospital, se abrió paso entre las metralletas y canalizó por vía intravenosa el brazo del jefe caído, pero no pudo hacer más porque entre todos esos médicos no había cardiólogo ni anestesiólogo. El doctor ordenó llevar al herido al Hospital Privado. Habían pasado al menos tres horas de la balacera y tan sólo 20 minutos de que Joanna y su compañero habían sido sacados por la fuerza de su nosocomio.

En medio del caos en la sala de urgencias saturada de hombres armados con rifles de asalto y fumando marihuana, la escolta se llevó a su jefe aún con vida. El líder de los sicarios gritó órdenes por radio y se marcharon. De inmediato Joanna llamó por celular a su hospital y avisó a la recepcionista que tanto ella como el doctor de guardia estaban bien, que alistaran el quirófano así como a los especialistas porque civiles armados se dirigían al hospital con un herido en condición crítica.

La enfermera y el doctor regresaron a su clínica en el coche de otro médico también sacado por la fuerza de su consultorio. Cuando llegaron, cirujanos luchaban por salvarle la vida al capo, mientras que un aparato de seguridad más discreto se estableció dentro del hospital. Joanna y su compañero médico regresaron a trabajar mientras veían a los enormes escoltas pasearse con los rifles terciados a la espalda en espera de noticias de su jefe.

Tras varias horas en quirófano el cuerpo de aquel comandante del Cártel del Golfo no resistió más las hemorragias y expiró.

Joanna Quintanilla esperó lo peor por parte de los sicarios cuando se enteró del deceso, pero era más la desazón reflejada en sus rostros. “Sabemos que por ser personal médico estamos expuestos a estas cosas, pero es nuestro trabajo. Ellos vieron que hicimos lo que pudimos. Se dieron cuenta que nunca hicimos distinción alguna, que hicimos nuestro trabajo, pero desafortunadamente habían pasado muchas horas del enfrentamiento. Su cuerpo ya no pudo más.”

Sin importar si son soldados, sicarios, o ambos bandos, todos son atendidos. Foto: Emmanuel Gallardo Cabiedes/RNW.
Sin importar si son soldados, sicarios, o ambos bandos, todos son atendidos. Foto: Emmanuel Gallardo Cabiedes/RNW.

En el sórdido transcurso de estos ocho años de guerra, nuevos heridos han llegado al Hospital de Especialidades en circunstancias similares. Todos, dice Joanna, han sido atendidos con la misma calidad humanitaria, sin importar si son soldados, sicarios, o ambos bandos siendo intervenidos dentro del hospital, debido al mismo enfrentamiento.

Para el doctor Edson Cortez, especialista en urgencias médicas por más de 10 años, estas son de las peores situaciones.

“Tener oficiales, marinos, militares lesionados siendo atendidos en el hospital y al mismo tiempo tener gente armada de algún cártel en otro piso, igual, siendo atendida por lesiones del enfrentamiento y evitar que se enteren ambos bandos de sus respectivas presencias en el edificio, es lo más estresante”, asegura.

Edson Cortez habla con voz pausada y los ojos tristes. Ya alguna vez tuvo que esconderse en el hospital debido a que un hombre armado e intoxicado lo amenazó porque según él, no estaba atendiendo a su hermano herido de bala, quien ya se encontraba estable. El doctor lleva en su mirada la zozobra de vivir en una Reynosa abandonada en medio de un conflicto armado del cual muchas cosas no se cuentan.

En 2007, tras enfrentarse con fuerzas federales, un sicario del Cártel del Golfo llegó al Hospital Privado con el antebrazo izquierdo perforado. El doctor Cortéz lo estabilizó y sacó de peligro. Poco después militares provenientes de Ciudad de México llegaron con una orden de aprehensión en contra del herido; sería llevado al penal federal de Puente Grande, en Jalisco. Los soldados traían una ambulancia para el traslado inmediato y solicitaron a Edson un reporte médico que certificara que el herido estaba fuera de peligro.

Un mes después, el doctor Edson Cortez recibió de parte de la Procuraduría General de la República (PGR), un citatorio en relación al caso de aquel hombre detenido por los militares. La defensa del miembro de Cártel del Golfo lo llamaba a declarar como testigo del caso.

El día de su cita Edson fue abordado por el abogado defensor antes de entrar a emitir su declaración. El representante legal del indiciado le dijo que él lo había mandado llamar. Le explicó que el planteamiento de la detención de su cliente estaba basado en que los militares decían que el doctor Edson Cortez había sido quien llamó al Ejército, que se identificó como doctor y que habló para dar información del herido; su nombre completo, todos los alias que tenía y a qué se dedicaba.

Tras explicarle a Edson el argumento del Ejército donde los militares decían que había sido él quien les había entregado junto con el parte médico, todas las pertenencias, radios de comunicación y teléfonos celulares de su cliente y que por eso lo habían detenido, Edson sólo pudo pensar en sus niños:

“Prácticamente, las Fuerzas Federales, me estaban poniendo a mí, como el punto para que el cuate viniera y me asesinara. Te das cuenta que el combate a la delincuencia no tiene nada de investigación previa. Te das cuenta que a los que van deteniendo prefieren matarlos, a hacer todo el papeleo de su detención.”

Edson le preguntó al abogado sobre la postura de su cliente y se cimbró todavía más cuando el licenciado le dijo que ellos sabían que él no lo había “sembrado” con los soldados, que de haber sido así ya no estaría ahí.

Los médicos han atendido a oficiales, marinos, militares al mismo tiempo de tener gente armada de algún cártel. Foto: Emmanuel Gallardo Cabiedes/RNW.
Los médicos han atendido a oficiales, marinos, militares al mismo tiempo de tener gente armada de algún cártel. Foto: Emmanuel Gallardo Cabiedes/RNW.

Ante el Ministerio Público Federal el doctor narró los hechos tal y como en realidad fueron. En cada palabra de su relato, Edson se quitaba con premura un poco más de la soga que el Ejército le había echado al cuello. El Cártel del Golfo no dudaría en tirar de ella si así lo hubiera creído conveniente:

“Me siento impotente, me siento con miedo. Tengo familia pequeña y sé que no hay un lugar donde te puedas esconder. Antes la opción era irse a Estados Unidos, ahora ya no lo es, ya se les pasó. Es cosa de ver el periódico local. Las únicas noticias son de las balaceras que hay allá, de los secuestros express y de la gente que está apareciendo ahora tirada allá. Mucha gente sabe que los que mueven la droga viven en fraccionamientos ricos en McAllen, igual que los políticos de aquí de la ciudad, que viven allá también. Eso es lo irónico.”

Para su compañera, la enfermera Joanna Quintanilla, los gobiernos estatal y federal han sido rebasados:

“No hay seguridad, sinceramente. El Gobierno Federal sí está haciendo cosas, pero con tanta gente armada, no puede. Sí han hecho cosas para ayudar, pero es muchísima la gente armada. Vea lo que pasa en Michoacán, en Guerrero; con los 43 estudiantes de Ayotzinapa.”

“La Jefa” es tristemente enfática.

El doctor Edson Cortez, la enfermera Joanna Quintanilla, así como la mayoría de los doctores y enfermeras que componen al staff médico de urgencias de éste Hospital en Reynosa, Tamaulipas, han estado en situaciones donde se tiene que pedir a las escoltas, sicarios y hasta a los mismos balaceados, que bajen sus Cuernos de Chivo para poder asistirlos.

En ninguno de todos los casos que han atendido a lo largo del conflicto han hecho distinción con los heridos que resultan de los constantes enfrentamientos. El Juramento Hipocrático y la Promesa Médica son llevados al extremo por estos doctores atrapados en Reynosa, ciudad fronteriza sumida en medio de la guerra mexicana contra el narcotráfico.

En ninguno de todos los casos que han atendido a lo largo del conflicto han hecho distinción con los heridos. Foto: Emmanuel Gallardo Cabiedes/RNW.
En ninguno de todos los casos que han atendido a lo largo del conflicto han hecho distinción con los heridos. Foto: Emmanuel Gallardo Cabiedes/RNW.

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